Algunas reflexiones sobre la inclusión en educación.

El formato o gramática actual de la escuela porta una definición cultural y un patrón selectivo que se contradice con los nuevos contenidos y soportes culturales por un lado, y con la pretensión de incluir a todos en la escuela secundaria por otro. Sebarroja, J. en “Los significados del cambio y los caminos de la innovación.” (2008), plantea las paradojas, tensiones y contradicciones que se viven hoy en la Educación “…Entre las visiones de futuro que apuestan por el conocimiento innovador y transdisciplinar; y la institución escolar, sólidamente incrustada en la fragmentación del saber corporativo y disciplinar e impermeable a cualquier tipo de riesgo. Entre la presencia de una población escolar cada vez más diversa —social y culturalmente—; y la oferta de un currículo cerrado y homogéneo, presidido por la omnipresencia del pensamiento único”. ¿Por qué está sucediendo esto? La organización escolar tradicional responde a un formato que la misma fue adquiriendo, desde la constitución del Estado moderno que implicó un proceso de centralización del poder y de la estructuración jerárquica de los espacios sociales que se ordenaron jerárquicamente sobre la base de la presencia de una autoridad central. En consonancia con este movimiento centralizador se constituyeron los sistemas educativos y también se organizó la enseñanza, dejando de lado el sistema mutuo que era más horizontal y por lo tanto diluía el poder y la autoridad y, a la vez, permitía la coexistencia de cierta heterogeneidad; y se adoptó un sistema de enseñanza simultáneo que posibilitaba la enseñanza a grandes poblaciones pero con una única autoridad, la del maestro, y abolía la presencia de lo heterogéneo a favor de una exclusiva versión de la cultura y la ética aceptada. Las poblaciones escolares se diferenciaron por edades, se distribuyó en un espacio escolar diferenciado para cada uno de ellos que era controlado por la figura central del maestro. Se usó una tecnología frontal: el libro de texto, el pizarrón, la tiza y las láminas,  para la transmisión e inculcación de los contenidos de la cultura ilustrada, que era concebida como la única válida con ese fin. Foucault mostró la importancia de la organización escolar para disciplinar la población y, con los trabajos como los de Berenstein, los efectos discriminadores que la abstracción del saber que exige la escuela tiene sobre la selección del alumnado. La escuela moderna separa el saber del saber hacer,  y produjo, entonces, una definición abstracta de los saberes que era más accesible para algunos grupos que para otros. Resultaba más accesible para aquellos que tenían incorporado a su práctica cotidiana, la abstracción y era más ajena para los sectores cuya práctica estaba asociada a lo manual. Este simple recorte del espacio diferenciado de la escuela, y la definición abstracta de los saberes que por ella circulan, fue suficiente para generar un efecto selectivo entre la población que pretendía incluir igualitariamente.

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