Las escenas descriptas anteriormente, nos hablan del aprovechamiento y desaprovechamiento de la cultura digital en las instituciones educativas en los diferentes niveles y de cómo esto interviene de diferentes maneras en el terreno de la afectividad.
En ambas escenas, una planteada en el nivel medio y la otra en el nivel terciario, es posible encontrar un común denominador, independientemente de cómo interviene en cada situación en particular. Este común denominador es la brecha generacional y cultural. En el caso del nivel medio, esta se manifiesta entre los docentes y los alumnos, aunque no se evidencia conflicto. No obstante, muchas veces, por exceso de filiación con la cultura digital, se corre el riesgo de quedar expuestos a varias cuestiones: por un lado la inclusión de prácticas que utilizan como soporte la cultura digital, pero se alinean con la cultura normalista y homogeneizadora, desaprovechando las posibilidades de la ubicuidad. Por el otro a establecer relaciones poco sanas entre los usuarios, ya sea a través del cyberbullying o en la intensidad de uso y dependencia de los dispositivos digitales.
En el segundo caso, la brecha es más bien cultural y se plantea entre el grupo de docentes y alumnos (arribados a la cultura académica e influidos por los docentes en las reflexiones pedagógicas) y la sociedad inmersa en la cultura digital.
La afectividad vista desde Bergson y Spinoza (en Alfama y otros, 2005) es una especie de flujo o de impulso vital (élan vital) que siempre deviene. Siempre pasa de una cosa a otra cosa. La afectividad es algo que nos empuja a vivir. La afectividad es lo que no se piensa si no lo que se siente, lo que hace que nos quedemos o nos movilicemos, lo que nos une a nosotros y a nuestra espiritualidad y a los demás en las relaciones.
Entonces, el vernos imbuidos por la cultura digital no puede no afectarnos. Es algo que inexorablemente existe y, por lo tanto, nos toca. Nos toca como docentes y como alumnos, nos toca en nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con el conocimiento. Toca el ego de cada persona y sus propias convicciones y valores. Es allí donde se pone en juego la afectividad.
Si rechazamos la cultura digital, impedimos contextualizar el aprendizaje en la cultura de nuestros alumnos. Rechazamos lo digital y ponemos por encima lo escrito omitiendo que leer y escribir en internet, es alfabetización en contexto. La interacción con estas audiencias tiene componentes personales y emotivos, de tal forma que leer y escribir se relacionan con la construcción de la identidad social y acaban siendo una herramienta para establecer vínculos emocionales más fuertes (Cassany y Hernández, 2012). Es decir que la escuela y los institutos de formación docente se apropian de formas de alfabetización y las definen como habilidades puramente académicas, con un fin per se.
Al invisibilizar la cultura digital, los docentes encargados de favorecer la formación de subjetividades de los alumnos a través de las culturas escolares, se alejan de sus alumnos, y se alejan de la cultura sobre la cual tienen que tejer subjetividades. La manifestación de brechas y la imposibilidad de desarrollo de la subjetividad de los sujetos, conlleva lo que se denomina como desligadura (Zelmanovich, 2012) que se refiere a la desafiliación entre la persona carente de herramientas para la comprensión de los símbolos de su cultura, con ese otro encargado de acercársela. Así, las situaciones de aprendizaje se vuelven apáticas, ya sea desde los alumnos con los docentes, o desde el grupo docentes-alumnos con los objetos culturales que les corresponden socialmente. De esta manera, no sólo la afectividad se ve “afectada” en las relaciones sino que se ve deteriorada desde su propia génesis, la cual se encuentra (entre otros factores) en la formación de la subjetividad de cada persona.
Tanto la negación, como la utilización, la pseudo-utilización y el abuso de la cultura digital afectan nuestra íntima constitución, nuestra relación con el saber, con los docentes, con los alumnos y con la cultura que nos sostiene además de coartar la expresión por excelencia de la afectividad, que es la creatividad.