En una escuela que, como indica Guillermina Tiramonti , es una institución pensada en la intersección del pasado, el presente y el futuro, en la que hoy se debe hacer frente al desafío de la inclusión frente a las fuertes tendencias de fragmentación; ¿cuál es el rol del boletín escolar?
Cambian los paradigmas educativos, cambian como consecuencia las estrategias, los objetivos, las formas de nombrar las cosas…sin embargo, periódicamente se repite el ritual de entrega del boletín de calificaciones. Aún en casos donde exista una renovación en la forma de evaluar, se mantiene (prescriptivamente) la tradicional cartulina con cuadritos que nombran una serie de saberes (que se mantienen casi sin modificaciones desde la década del 60, y también está presente en otros países), y le otorga a cada uno de ellos un puntaje.
Analizar el ritual de la elaboración y la entrega del boletín de calificaciones implica poner en juego múltiples aspectos: los que tienen que ver con las disciplinas que se evalúan; los que tienen que ver con las formas usadas para evaluar (como medición de un producto, como supervisión de un proceso); los relacionados con las prácticas institucionales (como indican Patricia Redondo y Mónica Fernández , al señalar qué es la cultura institucional y cómo orienta el accionar de los miembros de la misma).
En definitiva, para quién es el boletín? Para el Ministerio de Educación? Eso parece ser, cuando uno lee noticias como esta:
Las escuelas porteñas, sin boletines de calificaciones
¿qué es lo que se reclama allí? ¿Por qué un papel no es válido, y un impreso oficial sí? (teniendo en cuenta que en la Institución quedan numerosas pruebas de lo que indica ese papel en concreto, tales como libros matrices, sistemas de gestión informática de datos, etc.) ¿Qué pesa más: la prescripción o el sentido común?