1° escena: La primera escena que asaltó mi memoria al pensar en los boletines fue mi “libreta de calificaciones” (así se le decía en mi infancia, en la década del 60). En esa libreta había un espacio -correspondiente a cada trimestre – con una leyenda que decía: “Firma del padre, tutor o encargado”. Hasta el segundo trimestre de 5° grado, esa leyenda nunca me llamó la atención, mi padre siempre firmaba la libreta. Pero, a partir del mes de setiembre de ese 5° grado – mes en que él murió – esa leyenda adquirió el doloroso significado de su ausencia para siempre. Y a la vez me abrió interrogantes “enojosos”:
¿Por qué no figuraba la palabra “madre”, si ella no era sinónimo de “padre, tutor o encargado” pero era quien la firmaría de ahora en adelante? .
Y ese malestar que surgió al comienzo como si se tratara de un planteo lingüístico; con el paso del tiempo fue adquiriendo el profundo significado de lo irreemplazable de la pérdida. Pérdida que cada libreta de calificaciones, subrayaba.
La libreta de 5° grado es la única que conservo de toda mi escolaridad; para mí constituye un documento que da testimonio de un inmenso punto de inflexión en mi vida…cuando sólo tenía diez años.
2° escena: Durante el nivel primario, las calificaciones numéricas que poblaban mis libretas eran muy buenas pero en las de casi todos los grados nuca faltaba una leyenda – en el sector destinado a “observaciones” – en donde se señalaba que era “respetuosa y responsable PERO muy conversadora”.
En mi familia, el significado de ese “pero muy conversadora” dependía de quién lo leyera. Siempre sospeché que lo mismo pasaba entre las maestras de cada grado.
Nunca pregunté qué significaba para los unos y los otros esa observación y mi opinión acerca de ese rasgo mutaba de virtud a defecto según las circunstancias.
Admito que cuando la libreta llegaba a mis manos, lo primero que leía era lo que la maestra había escrito en “observaciones”; era lo que más me interesaba pues sentía que lo que estaba escrito allí en ese espacio y sólo allí, se refería a mi persona. Allí estaba plasmado lo que un otro pensaba de mí y eso lo consideraba realmente importante; mucho más que la cantidad de números 10 que adornaban la libreta.