Por María Inés Tarditi
Me detengo un instante sobre cada una de las imágenes posteadas en la Galería para observar en la escritura algunos rasgos distintivos. Así percibo cómo el espacio geográfico de la hoja ha sido organizado para su utilización: papel impreso pautado por diferentes campos, se establece un sitio de registro para el maestro, se indica al final de cada una de las páginas un lugar destinado a las firmas del director y del “padre, encargado o tutor”.
Desde la dimensión física, los boletines del período comprendido entre 1928 y 1934 me señalan una singularidad: el número de páginas que conforman una especie de libreta. Sin embargo, evidencio un cambio al observar el boletín de 1931, impreso en Realicó: una hoja apaisada doblada por la mitad.
Vuelvo sobre los boletines y veo emerger en los trazos realizados la presencia de objetos de escritura: plumín acompañado de tinta (azul, negra o roja), avanzando en el tiempo aparece la lapicera. Infiero los códigos elaborados para su uso: el color rojo es utilizado para las calificaciones numéricas que representan los exámenes de 1º y 2º Término; además, indica si el alumno “Pasa de grado” o no. Aunque, en la libreta de 1933 veo aparecer una particularidad: el rojo es utilizado para señalar indistintamente “Mal” (examen mes de marzo) y “Muy Bien” (examen mes de abril).
Voy más allá y registro una continuidad indicada en las dos dimensiones que se evalúan en los boletines desde 1928 hasta 1959: “Aplicación y Conducta”. Y en esta tentativa por indagar algo más, me encuentro con un texto en donde se explicita que “la apreciación mensual dependía del concepto que, acerca de la actuación del alumno se formaba el maestro”. De allí, que resultara en cierta forma arbitrario. También, esa pieza de la historia me permitió aproximarme al valor asignado a las pruebas de 1º y 2º Término “como elemento de juicio para la promoción”. Entrecruzo la importancia de esos exámenes con la utilización del color rojo en la escritura de esas calificaciones.
Me adelanto en la lectura de ese fragmento y diviso que en el apartado IV “Extensión de las notas numéricas” se aclara la utilización de la escala que va del 0 al 10. “No está de más recordar el significado de esta escala: 0 equivale a reprobado: 1,2 y 3, a aplazado o malo; 4 y 5, a regular; 6 y 7, a bueno; 8 y 9, a distinguido; y 10 a sobresaliente”. Si regreso al boletín de 1934, puedo evidenciar una discontinuidad: en el punto 1º del apartado “Instrucciones” se explicita que las calificaciones semanales se harán según la escala que va del 0 al 5 donde.
Agudizo la mirada para encontrarme con las dimensiones que hacen de este documento un triple registro burocrático, disciplinar y pedagógico: Identificación (datos de filiación, nombre del alumno, edad), evaluación pedagógica (calificación numérica y conceptual), evaluación del comportamiento (emerge bajo la forma de observaciones generales), contabilización de la asistencia.
Dejo en suspenso la escritura… y reflexiono… como señala Gonzalez Vidal, si la escuela se produjo como correlato de la diseminación de la cultura escrita, las relaciones pedagógicas se efectúan por el recurso de la oralidad. Esas relaciones entre docente/alumnos y entre docente/padres son captadas por la escritura, a través de algunas huellas plasmadas en el espacio físico del boletín. Como testimonio de ello los invito a leer el “Mensaje de Reflexión” que la maestra adjuntó en el boletín de 1933 y va dirigido a la familia. Incluso si leemos detenidamente las “Observaciones” de la maestra al alumno seguramente nos imaginemos el cuadro de situación en el que se configuraba la relación entre ellos.