La escuela como toda institución implica un por qué, un para qué y un cómo. Se fundamenta en una verdad establecida y aceptada por una comunidad, que se concretiza en mandato fundacional. Utilizando una metáfora, que puede resultar poco grata, pero a mi entender muy ilustrativo, ese mandato se legaliza desde el poder político y se legitima desde la comunidad. Dicho contrato exige algunas formalidades, registros “tangibles” que dan cuenta del avance de cumplimiento y por supuesto un “certificado de finalización”.
El BOLETÍN, en el sistema educativo argentino, se instala como una de esas formalidades, como ese certificado final.
En él se puede apreciar los siguientes aspectos:
LEGALIDAD: las leyes educativas desde las políticas públicas han plasmado en el “boletín” aquello que le interesa al gobierno de turno que la escuela trabaje en las “futuras generaciones de ciudadanos” y/o “los niños-adolescentes de hoy”. Así: formar al ciudadano (se registraba en el boletín hasta si lograba hábitos de higiene), formar al consumidor y/o productor (diferenciaba conocimientos capacidades y habilidades como “competencias”), diferenciar funciones sociales (intelectual u obrero), compensar diferencias socio-económicas y lograr inclusión (registrar logros y trayectorias escolares, contener).
LEGITIMAD: la comunidad vuelca sobre la escuela diferentes “mandatos” que pueden o no coincidir con lo que establece la ley. Incluso la “igualdad política” no puede borrar las diferencias sociales. Algunos ciudadanos se sienten “sujetos de derecho” y otros no, dando origen a conflictos de intereses y poder con relación a las diferentes expectativas que se vuelcan sobre el “hacer” y “acreditar” de la escuela. Como se entienda “socialmente” al BOLETÍN, lógicamente, será diverso y conflictivo.
CURRICULUM: explícito u oculto es la especificación al interior de la escuela de ese encuentro o desencuentro entre legalidad y legitimidad. En ese cruce está el “docente”. El trabajador, agente político, científico y vecino. Él es quien con su materialidad da cuerpo, positividad al cumplimiento o no de tantas expectativas, exigencias y obligaciones sobre el hacer escolar. El que aprueba o no, el que escribe 6 o 5, el que asegura que un sujeto tiene hábitos de higiene o no.
Punto crítico y decisivo de la función prevista para el BOLETÍN: la evaluación teorizada y aplicada por el docente (agente político, vecino, padre, trabajador, empleado, profesional) y su propia concepción de la escuela y del hombre.
Como la mano que entrega el boletín, año a año con alumnos diferentes, historias nuevas, sujetos en un juego de determinación e indeterminación, con “lo que hay” (como decimos con mis colegas) se me presenta esta tarea existencial de contestar el por qué, el para qué y el cómo de este mandato-contrato, al que debo dar por cumplido o no.
Aclaración: uso en algunos casos los masculinos como genéricos.