Las prácticas de evaluación no son más que un momento del proceso de enseñaje, donde se ponen de manifiesto todas las estrategias bilaterales entre docentes y alumnos para tratar de enseñar y lograr aprender contenidos que siempre estarán en los libros de una biblioteca, o en una base de datos de la web. ¿Enseñar contenidos o enseñar a aprender? ¿Enseñar a aprender y aprender a enseñar para poder evaluar? ¿Evaluar lo aprendido o aprender a evaluar? Cuanto peso sobre nuestra tarea que parece inagotable de responsabilidad. El boletín de calificaciones puede subir al sujeto a lo más alto o condenarlo al fracaso, sino tomamos la evaluación con el compromiso que nuestra tarea nos exige.
Si observamos los boletines de un curso, donde la mayoría de los alumnos están aplazados en las materias, seguramente comenzaríamos analizando el grupo, rescatando a los pocos aprobados y separándolos de las manzanas podridas, defendiendo nuestras prácticas profesorales y culpando primero a los sujetos que son lideres negativos, luego al sistema político social que los subvenciona, al sistema educativo y a los contenidos curriculares mal elegidos, a la familia que no colabora o no muestra ningún interés por la educación de sus hijos y porque no a las nuevas tecnologías que le restan horas de estudio y acarrean un desgano por el desarrollo intelectual en los alumnos; por último y una vez descartadas todas las posibilidades anteriores atribuibles al fracaso escolar, podríamos llegar a analizar la remota posibilidad de no motivar, llegar, incentivar, acompañar o simplemente poder enseñar a nuestros alumnos y cumplir con nuestra tarea. Los más obsecuentes aducirían el fracaso a la suma de todos estos puntos mencionados. Esto también se lee en los boletines y no siempre nos damos por aludidos, claro, el Boletín siempre estuvo asignado a informar sobre el rendimiento del alumno. ¿Podemos pensar quizás que también informa sobre nuestras prácticas?