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Historia de una idea polémica

Las recompensas en la escuela

Inés Dussel

Desde hace mucho tiempo, los docentes buscaron modos de reconocer a sus alumnos cuando realizan un buen trabajo o se portan “correctamente”. La “aprobación y estima” de los maestros fue por muchos años para los alumnos un elemento valioso, que solía cobrar forma material en medallas, libros, estampitas o notas en los cuadernos. En la Grecia antigua, por ejemplo, se daba una corona de laureles a los atletas jóvenes que se destacaban en sus disciplinas. Esa costumbre se retomó en el Renacimiento, cuando la “corona de la virtud” se daba a los mejores alumnos como premio por su desempeño en los estudios. En la Inglaterra del 1600, se entregaban lapiceras y flechas de plata a los estudiantes destacados; sus profesores, por otra parte, también recibían un premio en monedas cada vez que sus alumnos triunfaban en disputas académicas con otros colegios o universidades.1

Con el correr de los años, la masificación de la escuela volvió más difícil entregar medallas u objetos de valor.

También surgieron posturas pedagógicas contrarias a los premios monetarios que, se afirmaba, creaban conductas especuladoras y poco independientes en los alumnos. Veamos, por ejemplo, qué se decía en la Argentina de la década de 1880:

“A efecto de asegurar el orden durante las clases y patentizar la disciplina en todos los actos del día, …cada sección de 10 alumnos tiene un capitán que se elige a votación y está encargado de pasar revista de aseo diariamente, y cada jueves, revisar los libros y cuadernos para recompensar al que los tenga en buen estado y multar al descuidado. Las recompensas y penas consisten en ganar ó perder monedas ó billetes, que se cambian cada semana por vales y estos por cédulas, cuyo canje se continúa haciendo durante el año.”(Lijó, José, “Escuela elemental de varones Nº 1 de Chacabuco”, en: Revista de Educación. Nº XXII abril de 1883, pág.369)

En cambio, un inspector opinaba que no debía usarse el dinero para incentivar las buenas conductas:

“La recompensa o el castigo deben ser únicamente de carácter moral. (…) Yo creo que tratándose de los niños que concurren a nuestras escuelas, . el premio es una necesidad basada en la justicia, teniendo por objeto la recompensa y el estímulo para continuar en las buenas obras….” (Inspector General de Escuelas Dr. Nicanor Ibarra, “Recapitulación de las Conferencias Pedagógicas del Verano”, en: Revista de Educación. Año 3. Nº XXXIV. Abril de 1884:pág.395)

En aquella época, los premios dejaron de ser monetarios y tomaron la forma de diplomas o estampitas que se les daban a los alumnos en ocasiones especiales. Una maestra encargada de dar conferencias pedagógicas opinaba en 1884 que la única recompensa aceptable era el sistema de calificaciones, y que no era necesario dar otro estímulo a los estudiantes.2Esto llevó, muchas veces, a que el sistema de calificaciones fuera usado como castigo para faltas disciplinarias y no solo señalara problemas en el estudio. También convirtió en habitual una práctica como el cuadro de honor, que daba una recompensa simbólica a algunos estudiantes y creaba jerarquías dentro de los grados, premiando muchas veces a los que venían de hogares con más preparación académica y a los que eran más obedientes.

Hoy es mucho menos común encontrarse con recompensas de este tipo. Los docentes escriben o dicen notas afectuosas y alentadoras, y las “caritas sonrientes “en los cuadernos han reemplazado las estampitas y diplomas. Sin embargo, no está de más preguntarse si los mismos sistemas clasificatorios que llevaban a recompensar a alumnos y alumnas por su carácter “obediente, prolijo y limpito”3, no siguen operando bajo formas más sutiles y cada vez más ineficaces, ya que los chicos perciben tempranamente que la sociedad no valora esas cualidades como cuestiones importantes.

Para finalizar, es claro que todos queremos que nos reconozcan cuando realizamos un buen trabajo, cuando nos esforzamos para hacer las cosas bien, o cuando afrontamos con éxito una dificultad. Esas palabras de aliento y de estímulo son muy significativas para animarse con los pasos que siguen. Lo que hay que cuidar es que ese reconocimiento no reproduzca jerarquías sociales o culturales entre los alumnos, y esté igualmente disponible para todos.

Y también es importante que ese reconocimiento tome formas consistentes con lo que buscamos transmitirles a chicas, chicos y adolescentes acerca de lo que tiene valor en nuestra sociedad. Qué conductas destacamos y alentamos, y de qué modos, es una decisión sobre la que vale la pena reflexionar.

1 Fenn, P. y Malpa, A., Rewards of Merit. Tokens of a Child´s Progress and a Teacher´s Esteeem, The Ephemera Society of America, Charlottesville, 1994.

2 “Conferencia del 23 de marzo sobre penas y recompensas escolares por la Maestra Superiora Señorita Segunda Duprat” en: Revista de Educación. Año 3. Nº XXXIV. Abril de 1884, pág. 370- 375.

3 Ginocchio,V., Alumnos obedientes, prolijos y aseados, Tesis de Maestría, Escuela de Educación. Universidad de San Andrés, 2006.

En http://www.me.gov.ar/monitor/nro8/museo.htm

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